lunes, 9 de julio de 2012

La directa es un camino de ida


Puede ser interesante imaginar qué pasaría si se trajera en el tiempo, hasta la actualidad, a un productor argentino de hace 50 años. Es posible que se asombrara mucho al saber que, en plena fecha de siembra óptima de trigo, la cama de siembra actual viene de rotar con soja y maíz. Quizás diría que es imposible sembrar en este momento del año sin un barbecho largo y luego de practicar una labranza primaria y secundaria.
Claramente, la agricultura argentina cambió, y mucho. Así lo releva un informe de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), conocido hace pocos días. En él, la entidad sostiene que de las 106 millones de hectáreas cultivadas en siembra directa a nivel mundial, aproximadamente, 27 millones de hectáreas se encuentran en Argentina.
La agricultura convencional, aquella que practicaba el productor que viajó en el tiempo, basada en las labranzas de los suelos, fue el paradigma agrícola que la humanidad aplicó desde sus inicios, hace más de diez mil años, recuerda el trabajo de Aapresid.
Pero la siembra directa, en la década del 90, puso en marcha un nuevo paradigma en la agricultura, de mayores beneficios para el productor y el ambiente.
Este sistema, sostiene el informe de Aapresid, incrementó la productividad de los suelos, por la mejora en la fertilidad física y química, y favoreció la economía del agua. Asimismo, se superaron los problemas de la erosión y degradación de suelos y, por otra parte, se redujo el consumo de combustibles fósiles.
Según la entidad, una radiografía de la adopción de siembra directa a nivel país muestra que Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe son las provincias que poseen mayor superficie con este sistema, con valores de 78 por ciento, 90 por ciento y 83 por ciento, respectivamente.
Por otra lado, Catamarca, Entre Ríos, Santiago del Estero, Salta, Tucumán, Corrientes y Jujuy, muestran un avance notable, superando el 90 por ciento de la superficie con el sistema.
Otras de las cuestiones centrales que destaca este informe es la concepción sobre la siembra directa. Es importante aclarar la esencia de este sistema, subraya, ya que muchas veces se comete el error de entender a la siembra directa como una tecnología que “cambia el arado por una máquina más reforzada de siembra que consigue sembrar en suelos sin labrar y donde las malezas se controlan con herbicidas”.
Sembrar sin arar, como única consigna o herramienta tecnológica puntual, es una visión simplista y no elimina el riesgo económico y deterioro o degradación ambiental, agrega el informe.
La columna vertebral de este sistema incluye una rotación ajustada en diversidad (número de cultivos diferentes) e intensidad (número de cultivos por unidad de tiempo), sumado a una estrategia de fertilización de cultivos con reposición de nutrientes, y un manejo integrado de malezas, insectos y enfermedades.
Así se estará aplicando un “sistema de producción en siembra directa” con altos niveles de productividad y mantenimiento de la capacidad productiva de los recursos.
Un análisis por cultivos  evidencia que la soja, principal cultivo de nuestro país, tiene la mayor cantidad de hectáreas bajo siembra directa, la sigue el trigo, luego el maíz (con similares superficies) y por último el girasol y el sorgo.
Cabe destacar, manifiesta la investigación, que la visión sistémica de la siembra directa requiere del tiempo para su estabilización. “En la medida que se comprenda la complejidad de los agroecosistemas se accederá a todos los beneficios del sistema”, aclara.
El informe también analiza la difusión de la directa en el resto del mundo.
A nivel mundial, el 38 por ciento de las 106 millones de hectáreas en directa están en Estados Unidos y Canadá, el 11 por ciento en Australia, y el 5 por ciento en el resto del mundo, incluído Europa, Africa y Asia.
En Brasil, la siembra directa también se arraigó profundamente: allí representa aproximadamente el 70 por ciento de la superfice aunque Argentina y Paraguay lideran a nivel mundial en porcentaje de adopción.
Asimismo, en más del 90 por ciento del área cultivada en siembra directa en Brasil, Argentina, Bolivia, Paraguay y Australia -continúa el informe- se la realiza de manera permanente, es decir, sin la realización ocasional de labranzas. Esto las diferencia de la siembra directa que se desarrolla en Estados Unidos que, esporádicamente, se alterna con labranzas, no llegando los productores a experimentar todos los beneficios de un sistema completamente estabilizado.
Por el bien de los suelos argentinos y la sustentabilidad del sistema agrícola, la directa es central en la idiosincracia de los productores y, gracias a ello, las generaciones futuras podrán seguir haciendo
agricultura de altos rendimientos.

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